Crónica de la exposición Nuestros vecinos verdes en Canadá
Luisa Montes
Había estado guardado cuatro años en un clóset en
Cuernavaca, Morelos, después, tuvo que pasar otros seis días guardado en un
armario en Montreal, Canadá, sin saber aún lo que le aguardaba; tales son los
gajes de ser un vestido negro.
El 25 de abril de 2013, a eso de las 18:30 horas,
confundido corrió por los pasillos de un edificio histórico que antes de ser
Dawson College fue la Casa Madre de la Congregación de Notre Dame, ubicado en
el corazón de Montreal; subió por largas escalinatas y atravesó aulas y
oficinas; de pronto, al fondo del corredor, la música fue la señal de que la
magia había comenzado.
Al ingresar al amplio y hospitalario salón, pudo verlos,
allí estaban ellos, Nuestros vecinos
verdes, luciendo sus mejores galas y ocupando el lugar de honor. La
concurrencia se acercaba a reconocer sus formas, a admirar sus colores, evocar
recuerdos e imaginar espacios lejanos que esa noche representaban la unidad de
dos culturas por un interés común: celebrar el Día de la Tierra, valorar la
importancia de su cuidado y preservación, reconocernos como habitantes de una
misma casa que no sólo simbólicamente nos convierte en hermanos.
El vestido negro se sintió bienvenido y, gracias a las
costuras que delimitan sus rostros anverso y reverso, pudo deleitarse con el
espectáculo de dos escenarios simultáneos. En uno de ellos, se compartían
canciones, discursos, logros, proyectos y mensajes de paz. En el otro, se
multiplicaban las invitaciones para hacer huéspedes a Nuestros vecinos verdes a cambio de una transacción monetaria cuyo
valía está por supuesto muy lejos del valor material; en realidad esta subasta
fue tan sólo un pretexto para expresar solidaridad, apoyo y compañía para las
aspiraciones de sustentabilidad que la Normal Benito Juárez alberga en sus
anhelos, todas las invitaciones fueron aceptadas con agradecimiento y humildad.
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